Diario de viaje a Cuba – Segunda semana

VIII – Los derechos humanos de la Revolución

Llego a Cienfuegos, tocada por la varita ya que fue nombrada en homenaje a un ídolo de la Revolución. Freya pensó hace unos días en saltarse la ciudad al confundir las afueras de la misma con todo lo que podía ofrecer el centro. 

Cienfuegos es una ciudad de contrastes, y extraña. Las tiendas están más llenas, los restaurantes de comida rápida son gigantes y entre las delicatessen ofrecidas por el Estado se encuentra una heladería que alberga más de cincuenta clientes sentados y otros tantos que hacen cola en la calle. Tras cenar una pizza de chorizo y unos espagueti mixtos –que tienen carne de color radioactivo– en una cafetería, vamos a ver de qué va la cosa.

Los vecinos de Cienfuegos tienen unas 10 presentaciones de helados distintas, pero hoy solo pueden elegir bolas de vainilla. Vamos, que la copa arcoíris se queda muy pálida por muchas bolas que le pongan. Una copa Lolita –dos bolas acompañadas de un flan– nos sale a tres pesos cubanos. Las mesas de alrededor optan por probar dos o tres copas por persona. 

Ha sido un día extraño, duro. Cuba se me está atragantando y no veo como en mi búsqueda de experiencias, ciudades y demás atracciones turísticas, jamás encontré una visión más profunda y crítica de la isla. La condición general del ciudadano raso cubano es indiscutiblemente pobre. No todos los cubanos son ciudadanos rasos, y es un rasgo que se vislumbra bien en Cienfuegos.

En algunas tiendas aparecen Coca-Colas, la bebida del enemigo. Los precios de los bocadillos de cafetería en nuestro barrio alcanzan precios mínimos de un dólar cubano. Más relevante todavía: los precios de los sitios populares están siempre citados en dólares cubanos, una rareza entre sus homólogos en La Habana Vieja y Trinidad. ¿Viven aquí los amigos del gobierno cubano?

A saber qué explicación tiene todo esto, pero también es cierto que caminando hacia los costados, las mugre y la gente tirada en la calle vuelve a recordarnos la miseria de nuestras visitas previas. En un día gris, con amenaza de tormenta constante, nos movemos alicaídos por las grandes avenidas. Los colores vivos de las fachadas cada vez parecen más una simple capa de pintura contra la mediocridad. Aquí se nos acercan un adulto y un niño con la mano estirada: “Ayúdame amigo, una monedita por favor”.

En la lujosa casa particular, por fin encontramos un televisor. Lo buscaba para poder valorar los noticieros cubanos. Y qué coincidencia, el gran tema del día son los derechos humanos. Lo que vemos en la calle contrasta con cada palabra del canciller cubano en Ginebra, que habla en el seno de un consejo especial para valorar la situación de los ciudadanos de la isla.

No hace falta transcribir sus citas literales, pero el representante del país caribeño viene a decir que gracias a la Revolución, los derechos de los ciudadanos son respetados como nunca. Sorprende que entre el argumentario todavía se cuelan frases de José Martí y proclamas de aprecio a Fidel Castro. Podría ser 1960, nada ha cambiado. Y es el mismo sentir que cuando paseas por los verdaderos barrios, con sus Ladas soviéticos, los mercados empolvados y el rechinar de los caballos que tiran de los carros. Escuchándolo, queda claro que el gobierno sigue apostando por tirar de populismo y discursos paranoicos para esconder sus vergüenzas.

El noticiero se pasa quizás más de 30 minutos repasando los halagos de los países amigos del régimen cubano y, cuando toca hablar de las críticas, de bien seguro extensas ante un examen tan serio como el de las Naciones Unidas, se limita a mencionar que, liderados por Estados Unidos como siempre, los críticos solo quieren difundir mentiras y provocar inestabilidad con el único objetivo de detonar la Revolución. Es evidente que el noticiero es otra punta de lanza, la televisión siendo probablemente una de las más poderosas armas que posee el gobierno cubano.

Paseando minutos antes de ver el noticiero, cualquier ser humano con dos dedos de frente se daría cuenta de qué va este cuento. Y quién lo paga es, claro, el ciudadano raso.

* * *

IX – Juan sin nada

El silencio ya no envuelve a muchos cubanos. Más de 60 años de una Revolución de promesas incumplidas empiezan a quebrar la paciencia e idiosincrasia de los isleños. “El cubano gira las cosas, si algo va mal le ve el lado positivo. Es la única manera de entender los 60 años de Revolución”, dice la madre de Margarita, que recibe una pensión de 270 pesos al mes que reúne sus condiciones de retiro y viudedad. “Si no viviera con mi hija, yo ya no sería nada”.

Más de dos horas quedamos enganchados a nuestras sillas. Madre e hija nos ilustran sobre las penurias del día a día. “Así no se puede vivir”. Tienen a media familia exiliada y otra mitad repartida por el territorio. Como todos los cubanos, se han montado un negocio paralelo para conseguir salir para adelante. Ni hay vacaciones ni hay opción de salir del país, demasiados pesos todo ello.

De hecho, si un ciudadano de Santiago de Cuba quisiera visitar Cienfuegos, un viaje de unas cinco horas entre el oriente y el centro del país, las autoridades le requerirían varios trámites y, efectivamente, un control de frontera interno que me sorprende como ciudadano de la Unión Europea “sin fronteras”. Cuando un isleño escucha que uno puede viajar mañana a Alemania sin que le pidan papeles ni pasaporte, que puede trabajar, vivir y consumir libremente en cualquier país de la región, se ríe incrédulamente. Parecemos marcianos.

Hay que ir con cuidado con lo que pasa. Enfadar al gobierno puede significar muchas cosas para el ciudadano raso. Le pueden quitar la casa, quizás el castigo más severo. La idea es que, por sistema, cada familia recibe un hogar según criterios meritocráticos. No es lo mismo vivir en el mejor barrio de Cienfuegos, que presume de yates, marina, restaurantes, clubes de tenis y discotecas que vivir en los barrios adyacentes al centro de Trinidad. Pobres, turbios y con una oferta de servicios que se reduce a la tienda para comprar el pan que dará de comer ese día a los niños. La realidad es cruda, la presión absurda y la resignación dolorosa.

“La gente hace como que trabaja y el gobierno hace como que nos paga” es una de los ‘chistes’ que más se escuchan en Cuba. Hay un documental muy interesante, Juan no tiene nada, que describe a la perfección las maniobras que deben hacer los cubanos para llegar a final de mes. La conclusión es dura: para sobrevivir, los cubanos se roban a sí mismos, roban al Estado.

Así sobrevive la Revolución, más allá de la frontera de lo humilde, sobrevive paupérrimamente.

* * *

X – Aquí yace el Che

Un equipo de béisbol femenino pronuncia palabras de alabanza a la Revolución y al héroe Che Guevara, que se levanta imponente y duro, como el granito que esculpe su icónica cara, detrás de las chicas en el mausoleo que le construyó el Partido Comunista en la villa de Santa Clara. 

Detrás está el Che, su “hasta la victoria siempre” bajo los pies. Delante hay una explanada inmensa, uno de los lugares más usados por las fuerzas militares para desplegar sus desfiles habituales. Vacía no es nada, vacía parece un error de cálculo de masas. Santa Clara es un lugar estrella de la Revolución porque aquí el Che y sus hombres lograron descarrilar un tren blindado lleno de militares, frenando así el envío de efectivos gubernamentales de un lado a otro de la isla. La batalla se considera uno de los momentos clave de la victoria del Movimiento 26 de Julio, liderado por Fidel Castro.

El tren está expuesto para turistas, para eso queda la historia. Y la historia sirve para reclamar cualquier CUC del bolsillo del turista. Dos para acceder al tren y dos más para echar fotos. Lo mismo, la Revolución es un atractivo innegable, y un español regenta un café-museo a escasos metros del tren abatido. Es un sitio singular con muchísimas antigüedades, objetos y documentos históricos y originales de la Revolución. 

Es una visita recomendable, un ejemplo más de la retórica y simbolismo que complementa cualquier movimiento de cambio en cualquier rincón del mundo. También es un ejemplo de ciertos excesos y uso en vano de palabrería. “Cuba sí, yankee no”, reza un cartel con Castro de fondo. De sobras es conocido que Fidel y el Che, entre otros dirigentes cubanos, disfrutaban a menudo de una refrescante botella de Coca-Cola. ¿Qué incoherencia, verdad?

La historia es más compleja, y permitidme el uso de un pasaje de Gabriel García Márquez para aclarar las cosas:

Fue el mismo Che Guevara, como ministro de Industria, quien decidió que se tratara de fabricar un sustituto como complemento del cubalibre. Las mentes más cuadradas pensaron en destruir las botellas existentes para exterminar el germen. Sin embargo, un cálculo más sereno demostró que las fábricas de botellas de Cuba tardarían varios años en sustituirlas por otras de forma menos perversa, y los revolucionarios más crudos tuvieron que resignarse a utilizar la botella maldita hasta su extinción natural. Sólo que la usaron en toda clase de refrescos, menos con el que improvisaron para el cubalibre. Los visitantes del mundo capitalista, hasta hace muy pocos años, padecíamos una cierta confusión mental al bebernos una limonada transparente en una botella de Coca-Cola.

En todo caso, y perdonad porque me he ido por las ramas, como en cualquier local turístico, el precio de la comida y los refrescos es exorbitado. Nada nuevo, pero otra prueba de cómo el comunismo puede traducirse fácilmente al capitalismo.

* * *

XI – El avión

Cuba es preciosa, su gente amable, risueña y servicial, más si consideramos las condiciones que nos vamos encontrando a cada paso que avanzamos. Ahora, tampoco estaba la gente como para bailar en la calle, que es lo que muchos visitantes destacan de la isla. Supongo que, como todo, es una exageración, una caricatura.

A nosotros Cuba se nos iba atragantando poco a poco. Habíamos incluso abandonando por medio día nuestra exploración intensa y nos habíamos dado el lujo de relajarnos en una playa de aguas cristalinas y solazo tropical. Un pequeño soplo de turismo guiri, pero no ayudó a levantar los ánimos. Los hoteles para altos cargos y militares se alzaban a un lado de la playa. Exclusivos, premios al buen trabajo al servicio del país, unos premios a los que jamás accederán los campesinos. Al lado opuesto del hotel, de arquitectura soviética completamente opuesta al look de la playa, apenas se mantiene en pie un chiringuito cerrado. Los vendedores ambulantes ofreciendo cualquier cosa para ganarse cuatro duros y llenar esa noche la panza.

Ese pequeño oasis en forma de playa representaba, para nosotros, otra anécdota en medio de la gran mentira. Mi mente estaba pensando estas cosas y, cosa rara, vibró mi teléfono móvil. Una llamada de mi padre. En la semana y media que llevaba en Cuba, sin Internet en ningún lado, me sorprendió recordar que en el bolsillo tenía mi conexión con el resto del mundo –la desconexión, la desintoxicación funcionó de lo lindo.

– ¿Estás bien?

– Sí, estoy en un taxi camino a Cienfuegos. Acabamos de visitar Santa Clara.

– Vale, vale. Es que ha habido un accidente aéreo en La Habana. Ha caído un avión con más de cien pasajeros y por eso quería saber si estabas bien. 

Resultó cómico y triste darse cuenta de que, como extranjeros, fuimos de los primeros en enterarnos del desastre del vuelo DMJ–972 de Cubana de Aviación, que volaba de la capital a Holguín. Cuando colgué, paralizado por la noticia y al darme cuenta de que ni el taxista ni la mayoría de ciudadanos sabía lo que acababa de ocurrir, tardé un rato en poder articular una explicación. Primero, en inglés con mi novia, que se preguntaba que demonios pasaba. Después, en español, al taxista, que se quedó sin palabras.

En un país que apenas acaba de introducir la red 3G en su capital, y que en ese momento solo contaba con el Internet proporcionado en las plazas por ETECSA, la única compañía de telecomunicaciones del país, la noticia llegó con bastante retraso. En la televisión oficial cubana, la noticia no se dio hasta la hora del noticiero de la noche. Los diarios, claro, en un país sin Internet, no publicaron hasta la mañana siguiente. Las radios empezaron a hablar del siniestro una hora después del mismo.

Por la noche vimos el noticiero ya junto a nuestros huéspedes en Cienfuegos, que se habían enterado del asunto por la llamada de los hijos, que residen en Miami y envían remesas a la familia que les permiten vivir con algo más de comodidad que la mayoría de cubanos. Tener a alguien fuera del país siempre es un seguro de vida, aunque el Estado puede castigar a las familias. Gracias a esas remesas, Margarita y su madre habían podido conectar con el satélite a televisiones americanas y seguir al detalle los acontecimientos.

Estaban tristes, pero no sorprendidas. Todo el mundo sabía que Cubana sobrevivía en condiciones muy estrechas. ¿Cómo va a ser rentable un compañía aérea estatal si el Estado apenas tiene dinero para reparar el transporte público terrestre?

* * *

XII – Depresión en Viñales

Ahora viajábamos de Cienfuegos a Viñales, que en la obsoleta red de carreteras del país implica volver a La Habana para después tirar para otra de las regiones más famosas de Cuba, el valle de Viñales. Allí se cultiva el tabaco que acaba enrollado en los famosos puros Habanos. Se trata de un paisaje patrimonio de la humanidad, realmente bello y que, para nuestra sorpresa, nos recuerda a paisajes similares en sitios tan remotos como Van Vieng, Laos.

El pequeño poblado que recibe el grueso de turistas en Viñales conserva su encanto de época. Casas con porche, colorido y patios abiertos. Es época de lluvias y llueve que da gusto. Caminas un minuto al descubierto y quedas empapado. Con tanta agua, el verde reluce como espejo predominante del paisaje, el más salvaje que hemos visto en nuestro recorrido estándar de Cuba.

Nuestra nueva familia de acogida tiene dos habitaciones para turistas, y en casa están la abuela, dos niños y la madre de familia, que combina su trabajo en el centro de salud con las tareas de hostelería casera. El padre de las criaturas no está en ese momento, pero en los siguientes días descubrimos que, retirado de las viñas porque ya no dan dinero, es él quien lidera el proyecto de casa particular para extranjeros.

He hablado poco de la comida en Cuba, que es deliciosa pero sin duda repetitiva. Siempre arroz y casi siempre frijoles; y después distintas carnes fritas, sobre todo pollo. Es repetitivo, pero muy rico. A nosotros nos chiflaba el plátano maduro frito, ¡que delicia! También son tremendos los jugos: el de guayaba, impresionante, y deliciosos como nunca los de mango y piña, también recurrentes en la época de nuestra visita. En Europa puedes probar estas frutas, pero jamás las saborearás como en Cuba y otros países vecinos.

Volviendo a nuestro día a día, en Viñales, cerca ya del final absoluto de nuestro viaje –mi compañera, Freya, volaba de La Habana a Europa tras cinco meses de aventura juntos y nueve lejos de casa–, nos había invadido un principio de depresión. No estábamos triste por el fin del viaje, sino por cómo Cuba se había revelado ante nuestros ojos. Preciosa, sí; pero a su vez pobre, resignada y afligida por décadas de dolencias e injusticias.

Observando a los vecinos con atención, fue difícil percibir esa alegría y fanfarria cubana de la que todo el mundo habla. Pensábamos que los numerosos conocidos que habían visitado la isla en el pasado debían haberse apretado bien fuerte el nudo de la venda para cubrirse los ojos. La Revolución parecía encallada en el año 0, aunque en 2019 ha cumplido 60 años. 

El tiempo y la falta de cambios y mejoras sustanciales habían acabado de erosionar el espíritu revolucionario de la población. En el pasado Fidel, los Castro y el resto de líderes del comunismo cubano tenían un apoyo masivo, movilizado y optimista; hoy, la movilización es escasa, el apoyo reducido y las perspectivas de la población son, sean o no partidarios de seguir apoyando al sistema, negativas.

Quizás por miedo, quizás por auténtica desazón, en Cuba hay pocas voces contrarias que se alcen en público. Entablando conversación, en petit comité, la Revolución brilla por su fracaso. Los cubanos, fantásticos vividores en sus mejores épocas, viven instalados en un clima que se mueve entre la resignación y la depresión según se levante el día.

* * *

XIII – Ron y dinosaurios

En nuestros últimos días en Cuba nos abonamos a pasar las tardes mojito en mano. Cosa de un dólar y medio en el bar del pueblo, entre vecinos que bien podrían ser figurantes del mejor de los retratos cinematográficos sobre la isla. La realidad de la isla es difusa, todo bien podría ser una película. No lo es, y para eso sirven los tragos, para olvidarlo. ¿Recordáis a nuestro amigo del bar?

En Viñales la maquinaria turística propone una visita a las viñas de tabaco y un paseo a caballo. Nosotros, para aprovechar bien la mañana, quisimos visitar el paisaje a pie, y la caminata casi acaba en desastre. Después de tres horas y media, chaparrón incluido y mucho barro en nuestras piernas, nos encontramos con un lago en medio del camino enfangado. Demasiado grande, demasiado profundo. “Podría haber serpientes de agua”, me espanta Freya, que lee mis intenciones. 

Me cuelo en un viñedo saltando una valla, quiero buscar si hay algún paso alternativo. Cruzo una familia de cerdos salvajes que rechina a mi paso. Alcanzo otro campo y parece que hay camino, pero a lo lejos veo cuatro caballos majestuosos que, al percatarse de mi presencia, empiezan a trotar, después galopar, hacia mí. Parece también salvajes, y no muy contentos. Vuelvo para atrás y, aunque estamos a quince minutos de nuestro destino, parece que nos toca volver por donde hemos venido.

Entre tanta frustración y con el impacto emocional de la isla bien presente, se escapan algunas lágrimas. Es absurdo sí, porque nosotros no tenemos nada de lo que quejarnos, somos unos turistas, unos vividores. Podemos empacar la maleta y volver a nuestro rincón del mundo confortable y seguro. Así, enfadados con todo y nada, iniciamos la larga vuelta. Escuchamos un caballo trotando, nuestra salvación.

“Aquí hay un tipo que les puede cruzar el charco”, dice el campesino. Si no está aquí va a aparecer pronto. Hay que probar suerte, estamos exhaustos y calados por una lluvia fina pero insistente. Tenemos que armarnos de paciencia, pero en quince minutos aparece otro señor montado, que cruza el lago y se ofrece a cruzarnos. Él recibirá una donación a cambio, normalmente tres o cuatros dólares que, en la isla, son toda una fortuna para lo que representa el trabajo. Ese factor es importante explicarlo. Los cubanos son simpáticos muchas veces, pero tienden a serlo cuando saben que, delante suyo, tienen a un banco con patas. 

El golpe de suerte nos permite retomar la aventura, que no es poca cosa, y se lo agradecemos al vaquero con su debida propina y las muchas gracias. Llegamos, cinco minutos después, al mural de la prehistoria, una pared de piedra gigante, delicia para escaladores, que Fidel ordenó pintar con dinosaurios. La obra de mal gusto, un destrozo al entorno natural en toda regla, es uno de los parajes más visitados del país. Apaga y vámonos.

* * *

XIV – La Habana, Corea del Norte

Nsomos lo mismo, pero no creo que estemos muy lejos de lo que es Corea del Norte”, me confiesa una administrativa en la sede de Cubana de Aviación. Allí me he ido para ver qué opciones tengo de cambiar, cancelar o conseguir otro billete que me permita salir de la isla. 

El accidente ha fulminado 112 vidas; también ha roto las frágiles cuentas de la compañía pública, que dejará de volar sine die a nivel nacional. Hay muchas personas que esperan en una sala abarrotada y de look ochentero. Tengo suerte, o quizás trato preferencial, ya que como mi reserva fue por Internet tengo a la responsable liberada. En Cuba nadie usa el servicio online.

Mi vuelo de salida hacia Guadalupe, una isla francesa en el mar del Caribe donde vive un colega, ha sido cancelado, me confirman. Ellos no operarán vuelos en los siguientes días y dudan de si la compañía seguirá funcionando. A día de hoy, Cubana ha recuperado más o menos su operativa habitual, y el vuelo a Pointe-a-Pitre que yo iba a tomar sigue su ruta semanal habitual. Según aseguran desde la oficina de la aerolínea en Madrid, las operaciones internacionales se mantuvieron más o menos sin percances tras el accidente.

Una de las mayores sorpresas para mí en ese momento de tragedia, desconcierto e incertidumbre fue la celeridad y facilidad con la que gestioné mi reembolso del precio del billete –y más sorprendente todavía: en cuestión de una semana recibí en mi cuenta bancaria los casi 350 euros que me había costado, ni lo sueñes en Europa. 

Una vez asegurada la gestión, tuve que hacer malabares y, por primera vez en dos semanas, recurrir a mi conexión con el mundo resguardad en mi bolsillo. Así conocí el fascinante mundo del WiFi cubano: compré mi tarjeta de acceso, que te da un código para que puedas conectarte a la red pública que se encuentran, principalmente, en las plazas. Internet, una tecnología que representa la conectividad sin limitaciones, tenía en Cuba una connotación muy distinta. El Internet brotaba de las plazas, y en consecuencia estaban llenas de gente con sus celulares a todas horas.

Una vez conectado, y a un par de días de mi vuelo cancelado, tuve que buscar opciones de última hora para viajar a Guadalupe. La opción más barata era tomar un vuelo a París y, con una escala de hora y media, tomar otro de vuelta al Caribe. 24 horas de viaje para poder asistir a la reunión de mis amigos en la isla. Lo increíble es que el precio de mi pequeña odisea era apenas 50 euros más caro que mi vuelo directo original. Difícil de entender, pero bienvenido sea. 

Con mi nuevo vuelo reservado, Freya se quedó más tranquila. No quería que volara con Cubana de ninguna manera. Ella se iba en un par de días, yo me quedaría tres días de más tras reservar mi nuevo vuelo. Los últimos paseos por La Habana, una ciudad muy distinta a la que nos iluminó en nuestros primeros días en Cuba, fueron una mezcla de nostalgia, felicidad, tristeza y satisfacción. La realidad volvía a imponerse a la fantasía cubana, pero nadie nos podría quitar nunca lo que habíamos vivido durante esos nueve meses de aventura. Así cerrábamos el viaje de nuestras vidas.


Diario de viaje a Cuba – Primera semana

I – Despacito

De lo primero que te das cuenta es que aquí en Cuba las cosas van a otro ritmo. Despacito, tranquilo. Si facturas la maleta, lo mínimo que vas a esperar es media hora larga para recogerla. Da lo mismo si el aeropuerto está saturado o desierto. 

A diferencia de otros sitios, como en Estados Unidos, el chequeo de pasaportes es rápido. Claro que, hasta que no cruzas esa puerta y te sellan el documento, quizás todavía no cuenta como estar en Cuba. Ya luego las cosas empiezan a tomar su ritmo.

Saliendo del aeropuerto se forman colas, las primeras en un país acostumbrado a ellas. Las verás en los supermercados, en los cajeros automáticos y también en los restaurantes. Cuba es un país de vocación turística, y el turista es una de las principales fuentes de ingresos del gobierno –y, por lo tanto, de todos los cubanos–. Entre la marabunta de personas que esperan a familiares y amigos, más de la mitad esperan tener un poco de suerte y cazar a un grupo de turistas.

Los precios de los taxis son europeos, y por si todavía no lo tenías claro, resulta evidente que al turista se le cobrará todo a precio de oro, mientras que el baremo local no aguantaría comparación alguna con metales preciosos. Por mucho comunismo que haya en el mundo, siempre hay espacio para el negocio. No todos somos iguales, el idealismo se va a tomar por saco en cuestión de minutos.

El taxista “oficial” nos hace un precio. Aunque la tarifa es de 24 pesos convertibles (el dólar cubano, la moneda de los turistas), él nos cobra treinta para dejarnos en dos direcciones (hemos hecho un colega alemán). Bien, pero también ya te indica que por muy “oficiales” que sean las cosas, todo es negociable.

Son lentos los cubanos, pero nuestro taxista se lanza en una persecución contra sí mismo hacia Centro Habana. Allí me quedo con Freya, mi pareja, tan fascinada como yo tras los pocos minutos que llevamos en la isla. En las avenidas gigantes y oscuras, relucen los antiguos y coloridos Cadillacs. Es cierto, Cuba está plagada de coches de época, preciosos e increíblemente funcionales. Avanzamos a toda hostia y nos plantamos en la Plaza de la Revolución, así que vemos iluminado el rostro del Che, una de las estampas más retratadas de La Habana.

¡Joder, estoy en Cuba!

Al bajar del taxi, el tiempo vuelve a distorsionarse. Nuestro casero no está en casa, y nadie responde al timbre ni al picaporte. Es de noche, se acercan los curiosos y picarones cubanos, que en la calle siempre saben ‘hacer amigos’, algunos más para sacar tajada que para ayudar, siendo honestos. Dos dólares y muchas quejas –“eso no me da para nada, hermano”– me cuesta una llamada al casero, que no nos espera. Nelson nos quiere llevar a su casa, pero al final aparece nuestro anfitrión y le echa un poco a malas.

Resulta que un alemán le lleva las cuentas. No le informó de nuestra estancia de cuatro noches, pero la habitación está lista. La explicación no cuadra, pero vaya. El casero, Eduardo, es un tipo particular que nos recibe con una red en el cabello. No es cocinero, simplemente va así por el mundo. Le hemos pillado de fiesta, bailando que es lo suyo. Dormitando está María, la señora que ayuda en las tareas domésticas al propietario. Nos prepara una cena sencilla pero buena. No habíamos comido bocado. Arroz con plátano y salchichas, mucha cantidad. El zumo de guayaba está riquísimo. Hay flan de postre, le llaman pudin.

Es temprano, pero nos echamos a la cama. La habitación, sin lujos pero absolutamente correcta, sale a menos de 10 euros con baño privado. La comida, desayuno y agua se cargan a parte, aunque visto el precio de la habitación parece justo. En este negocio –ni legal ni ilegal cuando yo visité la isla– lo tienen todo muy bien estudiado, sin querer deslizar culpas.

De noche se aprecia poco, pero se intuye que La Habana es un sitio mágico. A la mañana siguiente, quedaremos prendados.

* * *

II – Jamás estarás preparado

Tengo la cabeza pesada, y el estómago también. María nos prepara un desayuno que podría alimentar a una columna entera del ejército. Somos dos, sin embargo. Está delicioso, y las frutas y los zumos se saborean de verdad, no como en el viejo continente.

Los primeros pasos por La Habana nos llevan del centro al Capitolio, un edificio majestuoso que se levanta justo delante de la joya en ruinas que es La Habana Vieja. El colorido se nota, aunque es un colorido desteñido por el paso del tiempo y la escasez de presupuesto. A día de hoy, el brillante paisaje colonial sería poco más que polvo y escombros si la UNESCO no hubiera invertido en la preservación de un sitio verdaderamente único.

Me pesa todo, y me cuesta procesar. Es tan increíble lo que me rodea que me tiemblan las piernas, me cuesta andar y dejarme llevar. Alrededor de mí, todo son estímulos. Tardaré una hora en salir de mi anonadamiento. Es imposible no quedarse prendado de la ciudad. El paisaje, de una belleza arquitectónica colonial y colorida, se funde con las gentes de La Habana, abonadas a la calle y a la cháchara. Es una mezcla sin igual, la riqueza de la pobreza.

La felicidad parece ganar la partida, aunque quizás sea solo la fachada. Por norma general, el Estado está presente en cada una de las actividades que ocurren en La Habana. Por eso, si falta queso, falta queso en toda La Habana*. Comer por la calle es tremendamente barato. Nos lanzamos a por una pizza mediana que cuesta 35 pesos cubanos, apenas un dólar y medio. Está buena, pero no tan buena como el café.

El café en Cuba debería ser declarado, si no lo es ya, patrimonio de la humanidad. El café que toman ellos, los de casa. En un bar para turistas está correcto, o muy bueno como en cualquier ciudad europea. Pero en una cafetería, un garito que no tiende a sobrepasar el metro cuadrado porque en realidad es el recibidor de la casa de una familia, está divino. Y cuesta un cup. UNO. ¡Un cup equivale a cuatro céntimos de dólar! Es una locura.

Los precios se aguantan porque todo lo controla el Estado. La Revolución se lleva una tajada hasta de las pocas industrias semiprivadas y alegales que inevitablemente surgen en cualquier sistema comunista realista. En las casas particulares, los dueños se enriquecen, pero el Estado también. En lo básico, como la comida, el Estado es productor, distribuidor y vendedor. Por eso, un bocadillo con jamón y queso te sale a medio dólar, y un plátano a cuatro céntimos. Para nosotros, que vamos con lo justo, es un gran sistema para ahorrar en gastos innecesarios.

Eso sí, cenar en las casas particulares es muy recomendable. Mucha comida, rica como la de tu abuela y, sobre todo, con una buena sobremesa. María es un cielo, nos cuida y le gusta. Nos explica su trayectoria. Profesora de español para preuniversitarios. Atención. Ya está jubilada, pero trabaja seis días a la semana preparando el desayuno, la comida y la cena a los huéspedes de Eduardo. No se sacará mucho, pero lo necesita. No deja muy bien al gobierno, ni es prometedor a la hora de analizar la situación de los cubanos.

Más charlas por la calle. Los cubanos te paran, para pedirte alguna moneda o para no aburrirse, o porque son simpáticos, no les puedes quitar mérito. En todo caso, unos te hablan bien de España, que llaman madre patria. Sin entrar mucho en el juego ni el politiqueo, es fácil escuchar proclamas a Fidel y Raúl Castro.

Un taxista nos comentó que, para comprar barato, justo ese miércoles, el compañero Raúl había dejado los productos de necesidad a mitad de precio. Era bueno ir al supermercado ese día. Y fuimos a verlo. Había colas para comprar jabón, había colas para comprar alimentos. Sin duda debe ser una existencia complicada. Pero todo vale la pena, al menos de puertas afuera, para que la Revolución siga triunfando.

*excepto en los restaurantes de turistas y hoteles de lujo, a quienes les deben dar el doble o el triple de stock de queso y cualquier otro alimento, no vaya a ser que los visitantes se queden sin comida.

* * *

III – Malecón pasado por agua

En pocos países pasear resulta tan esencial como en Cuba. En La Habana, pasear es la única manera de no perderse nada. En cada rincón, cada esquina que tumbas, te puedes encontrar una historia que te marca. Salimos pronto y la gente sigue en la calle.

Nuestro ojo foráneo avista carteles revolucionaros en cualquier lado. Levantas la vista, observas a un Fidel colorido, a Che en su posado más célebre: “Fidel es Cuba”. Nos acercamos al barrio chino, que está en una zona más castigada que el resto del centro de La Habana. Son florituras, letras chinas que son inteligibles tanto para el turista como el vecindario. Hay algún dragón chino, toques dorados y rojos de adorno, y poca cosa más. El barrio está decaído, decaído para los estándares de La Habana que ya es mucho.

Un taxista arregla su carro, uno de esos Chevrolet por el cual el coleccionista extendería un cheque generoso. Una señora pasa con la compra bajo el brazo, quizás habrá hecho cola como la que nos hemos encontrado en el mercado agropecuario a primera hora. La ruta que hemos trazado nos lleva, ahora, al paseo más famoso de la ciudad: el malecón. El esplendor de sus fachadas es un fantasma, hay edificios a medio derruir, pintura destripada, cubanos apostados al mar con una caña, probablemente pescando algo de fortuna.

La brisa del mar es suave, el sol pica fuerte en el cogote, y se agradece respirar el océano. Hoy somos parte de la primera foto que verán los navegantes que llegan a la ciudad, una foto que te deja sin aliento. Alcanzamos la curva a la derecha que da al Canal de Entrada y observamos la piedra blanca del Castillo de los Tres Reyes del Morro, donde hay el faro que evita los naufragios; más a la derecha, las paredes de la Fortaleza de San Carlos de la Cabaña, imponentes muros que se levantan sobre la frondosa vegetación del trópico.

Vamos a comer algo y los nubarrones oscurecen los colores de La Habana. Cae un chaparrón de mil demonios, rayos incluidos, pero cuando damos la tarde por perdida, la tormenta cesa y el sol brilla. Un ferry que parece tener la misma edad que el famoso Granma con el que Fidel y algunos correligionarios usaron para volver a la isla nos cruza hacia Casablanca. Nos acercamos hasta los muros de la fortaleza y descubrimos que, pese a la pérdida de brillo y recursos, La Habana mantiene intacta su colosal belleza.

* * *

IV – Un café con el personal sanitario

Te la puedes dar de alternativo y tipo concienciado, pero el turismo acaba trazando caminos obligados, así que en nuestra tercera mañana ponemos rumbo a la Plaza de la Revolución. Allí esperan las esculturas de hierro negro –trazadas como un dibujo a pluma– del Che y, desde hace poco, Camilo Cienfuegos: “Vas bien, Fidel”. Desde el otro lado de la inmensa y vacía explanada de asfalto, les observa el padre de la patria José Martí.

Martí fue quién inició el alzamiento contra el colonialismo español, falleciendo en combate contra soldados españoles en 1895. Su pensamiento, recogido en numerosos textos, ha sido rescatado y magnificado desde que triunfó la Revolución de Fidel Castro, que usó el nacionalismo y la lucha de Martí para arengar su régimen. Resulta evidente que Martí jamás fue comunista, pero es cierto que muchos expertos aseguran que Castro tampoco lo era cuando inició su revolución. En todo caso, junto a Fidel y al Che, Martí es la figura que más influencia y presencia tiene en el imaginario nacional cubano.

“Martí nos enseñó su ardiente patriotismo, su amor apasionado a la libertad, la dignidad y el decoro del hombre, su repudio al despotismo y su fe ilimitada en el pueblo. En su prédica revolucionaria estaba el fundamento moral y la legitimidad histórica de nuestra acción armada. Por eso dijimos que él fue el autor intelectual del 26 de Julio”, proclamaba Castro en el vigésimo aniversario del 26 de Julio, día de la revolución cubana.

Hacemos las fotos de rigor, junto al resto de turistas que ocupan la plaza. No hay locales, solo guiris. Sin nuestra presencia, estaríamos ante una explanada vacía del tamaño de dos campos de fútbol. Los barrios adyacentes conforman ya el extrarradio, y se nota. Las calles están llenas de baches o, directamente, se encuentran sin asfaltar. La gente observa con curiosidad y recelo la cámara. Las casas pierden color, y otras hasta pierden elementos vitales como una ventana o parte del techo. Muy cerca está la Necrópolis de Colón, un cementerio de 57 hectáreas, grandes avenidas y muchas esculturas. Decidimos no entrar, al turista le cobran 5 CUC y tampoco estamos como para visitar un cementerio.

De vuelta al casco antiguo, la caminata nos sitúa sin preverlo en una zona de hospitales y universidades cerca de Vedado, las fachadas que aguantan el tiempo descuidado pero no esconden nada: conocieron un mejor pasado. Entre el hospital nos paramos para descansar y espabilarnos. Hace bochorno pero aquí, no hay mejor opción que pedir un café en las cafeterías del Estado. Compartimos una breve charla con dos batines blancos, que se reconocen agotados. Falta personal, pero sobre todo faltan las últimas tecnologías y, en ocasiones, el equipo médicos más básico. Cuando hablamos con los médicos, cerca del centro oncológico de La Habana, confiesan que el equipo para detectar cáncer de mama no funciona. No era cuestión de días, sino de meses.

Para prestar servicios, los médicos han empezado a recibir regalos que complementan su escasa paga, comentan los ciudadanos de la isla. No están indignados, se conforman con el sistema, “es como funcionan las cosas”. Para entender la situación hay que atender a los lamentos de los miles de médicos que están ejerciendo su labor fuera de la isla: el estado se lleva el 75% de su retribución, pero ellos se conforman porque a pesar de todo cobran mucho mejor que ejerciendo su oficio en Cuba.

Sales de la cafetería y te acuerdas de otro detalle, para cualquier europeo impensable. La chica que nos sirve el café cobra lo mismo que los doctores con quienes hemos conversado. Y aquí la igualdad no es el problema; sí lo es quizás el hecho de que la mensualidad es de 12 dólares y 50 centavos. Hay que decir que el salario no es el mismo para todos, y hay facultativos que pueden llegar a cobrar unos 60 dólares, aunque no hay estadísticas claras y oficiales al respecto.

Lo que sí dicen las estadísticas es que el salario mínimo, en teoría, es de unos 30 dólares mensuales, pero ningún cubano nos habló jamás de esa cifra. La pobre tasa de cambio, la existencia de dos monedas en la isla y la debilidad de ambas apuntan razones.

* * *

V – La verdad según nuestro taxista

Pocas veces he tomado un taxi, pero este de La Habana a Trinidad será uno de los más provechosos de mi vida. Más que un desplazamiento, las cuatro horas y pico de trayecto se convierten en un Estado de la Nación protagonizado por nuestro taxista. Yohanis tiene 36 años, esposa y dos hijos.

Hace unos cuántos que trabaja para una de las pocas iniciativas semi-privadas que el gobierno de Raúl Castro “concedió” a los isleños. La principal recompensa: hoy cobra 25 pesos convertibles, el doble de lo que cobró en sus 15 años como empleado estatal. En todo ese tiempo el salario fijo de los empleados públicos no varió ni un centavo, 12 dólares al mes. Tampoco lo ha hecho desde que charlamos.

El sueño cubano lleva tiempo atrancado. La Revolución es cosa de viejos, y nuestro taxista convertido en confidente afirma que la mayoría de cubanos menores de 40 años están con él, piensan lo mismo. Su esperanza, su razón para currarse 14 horas al día sin apenas descansos, es que en un tiempo, largo, las cosas cambien en la isla. 

“Tienes una casa que no te cuesta nada, una educación que tampoco cuesta nada. La sanidad tampoco. Y eso suena muy bien, parece muy bonito. Ellos dicen que todo va bien. ¿Y por qué aquí no viene nadie? No veo inmigrantes, ni de países que están peor que nosotros, como Haití. ¿Por qué es eso? Por qué quizás no sea todo tan bonito”, confiesa. La conversación se estira más de una hora.

[Read this story in English: The taxi driver and the barkeeper, two opposing views on Cuba]

El tono varía a ratos, entre la resignación y el desespero. Incluso hay algún atisbo de rabia e impotencia ante una situación que se alarga y que, a pesar del adiós de los Castro en la primera línea de gobierno, no da mucho margen para la esperanza inmediata. “Aquí vamos a trabajar a diario con la esperanza de que, quizás, en 20 años, cuando ya no haya ni la primera ni la segunda línea revolucionaria en el poder, más bien la tercera o la cuarta, quizás habrá por fin cambios económicos en la isla”.

Yohanis dice que así no es forma de vivir. Es el día de la madre en Cuba, un gran día para el pueblo cubano. Hay fiesta, comida familiar y mucho para tomar y bailar. Él no tiene día libre, porque no se lo dan. Solo le dieron el día de su cumpleaños y solo libra, realmente, cuando el vehículo que rueda tiene un fallo mecánico. “Entonces no trabajo una semana, pero tampoco cobro, claro”.

Con el Estado, él decidía si un día estaba malo y no podía ir, algo más habitual, porque total la paga no lo valía tanto. La esposa de Yohanis fue jueza en un tribunal provincial de La Habana, el segundo escalafón de la judicatura cubana. Lo dejó cuando el salario y las horas de trabajo no iban de la mano. Haciendo trabajitos separados se gana uno mejor la vida. Con los dos sueldos semiprivados, la familia puede llegar a fin de mes recortando por algún lado.

Yohanis mira al frente, preocupado. Se subió al carro a las seis de la mañana. Es mediodía y está lejos de casa, enfilando las calles de Cienfuegos. “Llego a casa a las ocho o nueve de la mañana…” piensa en alto, y se da un respiro necesario antes de seguir expiándose. 

“Me conozco todas las carreteras de La Habana hasta Trinidad, todas. Lo que quieras. Si me dices que en el cerro hay una cueva, te creo; que en la playa hay una tanqueta, te creo. Nunca he salido de la carretera, jamás he visitado mi tierra. ¿Cómo no me puede dar ni para visitar mi tierra?”. El cubano promedio no conoce ni conocerá jamás su tierra. Bien que conoce las proclamas y la propaganda, pero a las nuevas generaciones nadie les engaña.

Cuba sigue igual que en los ochenta, si acaso lo más positivo es que el nivel de vida y los salarios se han mantenido estables. Podría haber ido a menos. ¿Y por qué no hay protestas, y por qué nadie se rebela? 

Yohanis para el coche a las puertas de Trinidad. La policía tiene allí un control. “Sabía que hoy me paraban”. Está cinco minutos, se lo llevan a la casita y los turistas se quedan a solas en el taxi. Vuelve, entra en el vehículo y se remueve un poco. “Es el día de la madre, también quieren darle un regalito”. El control policial a la población es quizás invisible para el extranjero, pero existe y escampa el miedo entre los locales. 

En el aislamiento del asiento de piloto, Yohanis quizás se siente lo suficientemente cómodo para dar rienda suelta a sus frustraciones. Entre cristales nadie le escucha, excepto el turista curioso. Es importante hablar de esto con un cubano, es importante saber que Fidel no le vendió la moto a un pueblo que, con Díaz Canel, promete seguir desencantado. Cuba quiere cambio, pero la Revolución persiste.

* * *

VI – Todo depende según dónde miras

Trinidad es quizás uno de los mejores ejemplos del por qué Cuba deslumbra, todavía, a cualquier visitante. Desprovista de contexto, la ciudad parece una maravilla colonial donde se come bien, se bebe lo suyo, se baila 24 horas y 7 días a la semana y, por la noche, vencido por tanta juerga, se duerme plano.

Si llegas en taxi o bus, y si rascas el bolsillo, es probable que no te alejes nunca de las cinco o seis cuadras que conforman el centro histórico de la ciudad, una auténtica delicia que, al contrario que La Habana, luce capa de pintura reciente, chillona y radiante. Mi primera captura es un Lada ruso amarillo brillante que, como si lo hubiera escrito yo mismo en mi guion de viaje, reposa delante de una cafetería igual de amarilla y deslumbrante.

El centro de Trinidad lo delimitan sus calles adoquinadas, rodeadas de plazoletas con palmeras imponentes y señores con sombrero panameño que se echan una siesta eterna, ya que les puedes encontrar tanto a las nueve de la mañana como a las seis de la tarde. Otra cosa que no falla, iglesias católicas que ganan mucho con los añadidos habituales de la cultura caribeña. Amarillo chillón, azul turquesa, verde pastel, rosa chicle… Es un festín visual que se enriquece cuando, al dar la vuelta a la esquina, te aparece un vecino a caballo.

Para descubrir el engaño hay que salir del centro, ver que hay más allá. ¿Desde cuándo una ciudad está conformada por cuatro o cinco cuadras? Del adoquinado pasas al polvo de las callejuelas sin asfalto. La buena mano de pintura brilla de repente por su ausencia. Allí están el hormigón y los tochos amontonados, incluso sin cristal en las ventanas. Habrá quince o veinte cuadras, y cuanto más avanzas, más distinto es el panorama. 

En el mercado de barrio la carne cuelga del mostrador, por supuesto hace un calor de mil demonios y allí no hay ni hielo, ni neveras ni, por poner lo más básico, una puerta de entrada. Si que hay moscas revoloteando. Trinidad se observa bien desde las alturas, puedes subir la colina y descubrir barrios menos agraciados, una señora que te observa desde su inexistente ventana: su casa a medias acabada. Poderosa mirada. La observación es, probablemente, el pasatiempo más recurrente, accesible y gustoso para los cubanos.

Lo que no es accesible es el agua, Así rezan mis notas, el AGUA, a secas y en mayúsculas. ¿Por qué? Por el precio abusivo –nos cobraron desde 2 a 5 dólares por litro y medio incluso en los mercados locales– que tiene el producto en un país que no cuenta con una infraestructura completa y fiable para distribuir agua potable entre la población. Hervir el agua o usar pastillas potabilizadoras son las alternativas más sencillas para evitar dejarse el salario del año en botellas del líquido que nos permite ser el 65% de lo que somos, humanos. Evidentemente, los precios abusivos –incluso para nuestro privilegiado bolsillo de viajeros– son inhumanos. Otra tara más.

Desde la altura, Trinidad se extiende como una mota de cemento entre colinas y jungla verde frondosa. Hay belleza y fealdad, riqueza y penuria en el mismo retrato. Depende del callejón en que fijes la mirada.

* * *

VII – El amigo del bar

Por Freya Guddas

Una tarde, caminando por las calles de Trinidad, encontramos un bar que nos llamó la atención. Tuvimos que echar un vistazo. El bar era como cualquier bar local en Cuba, para nada adaptado al gusto del turista. A través de la débil luz que proyectaba la única ventana del local vi la barra y cuatro sillas solitarias esperando clientes. El resto del local estaba vacío.

Detrás de la barra descubrí una pequeña colección de ron, las botellas descansando al lado de un póster gigante de Fidel Castro. Entre la barra y las botellas había un señor mayor, de unos 60 años, con gafas y cabello blanco. Debía ser el dueño. Nos sonreía e invitaba a pasar adentro, gesticulando con su mano.

Sin darle dos vueltas, a pesar de que era mediodía, entramos en el local. Con entusiasmo y agradecido con la inesperada visita, el viejo barman nos sirvió tres copazos de ron del gobierno cubano. Uno para mí, otro para Guille y uno para él mismo. No preguntó si lo queríamos. Era ron puro y eran solo las doce del mediodía. Sin dudarlo un segundo, el tipo se arrancó a conversar en un español farfullado que ni Guille, hablante nativo, podía comprender del todo. Después concluimos que no era la primera copa que se servía el tipo, y que el fuerte acento cubano tampoco es fácil de comprender.

El “hermano” del dueño –no sabemos si real o revolucionario– entró al local y se sentó a nuestra izquierda. Empezó a sacudir la cabeza, entre divertido y molesto por lo que contaba su “hermano” sobre la Revolución Cubana. ¿Conocéis a personajes importantes de la revolución?, preguntó mientras acercaba su rostro al nuestro, probablemente para combatir su avanzada miopía y analizar la reacción de sus interlocutores. “¡Fidel, por supuesto!”, respondió Guille sin saber en que jardín se metía. La respuesta provocó una amplía sonrisa del viejo, que se mostró fascinado por lo mucho que aprendíamos en la lejana Europa sobre la grandísima Revolución Cubana.

Ahora estaba segura: estábamos ante uno de los raros ejemplos –al menos si recuerdo todos los encuentros en nuestras dos semanas en la isla– de auténtico revolucionario socialista cubano. El tipo empezó a dar una clase improvisada sobre ventajas del comunismo y cómo él no echaba nada de menos en su día a día. Le encantan la educación y el sistema sanitario gratuito; y todo el mundo tiene un techo bajo el que dormir y comida encima la mesa. “¿Por qué se marcha la gente de Cuba?”, eso es algo que no entiende. “¿Quién necesita algo más de lo que el gobierno provee?”. Ellos saben mejor que nadie lo que es bueno para el pueblo.

Sin duda, el alcohol en Cuba es barato y accesible. La gente lo bebe a todas horas, una condición ideal para mantener a raya los sueños y la ambición de la población. Un contexto ideal para convertirse en el dueño alcohólico de un bar que no busca sacar nada más en la vida. Estábamos callados escuchando al señor, dando sorbos al excelente ron, mientras pensábamos cómo no podía ver las estanterías vacías en el supermercado, las casas en ruinas y la gente aburrida abonada a las calles todo el día. 

Su discurso fue complementado con otra ronda de ron y un par de comentarios machistas por su parte que, por suerte, no pude entender con mi español básico y sus murmullos de borracho. Después de la cháchara, el tipo quiso pasar al verso de sus canciones revolucionaras favoritas. Las cantó con inquebrantable pasión y, una vez terminado el recital, nos sorprendió con una pregunta con bala: “¿Qué es lo que no os gusta de Fidel?”

Con el ron en la cabeza respondí sin pensármelo dos veces. “No me gusta que Fidel predique el comunismo y la idea de la igualdad entre personas mientras él vivía en una mansión, disfrutaba de productos capitalistas como la Coca-Cola o la ropa de Adidas y aún así predicara palabras de odio hacia cualquier cosa que estuviera relacionada con Estados Unidos. Fidel era un hipócrita, dejó a su país trabajar todo el día para nada mientras él vivía una vida de lujos”.

Me revolví en la silla, sorprendida por mi valentía y esperando una respuesta contundente. La ansiedad que sentía se transformó en sorpresa al ver que el dueño se disponía a responder con tranquilidad y una sonrisa dibujada en su rostro: “¿Fidel vivía en una casa grande, tenía mucho dinero y bebía Coca-Cola de verdad?”. Espero unos segundos y soltó por fin: “¿Dónde te enseñaron esta tontería tan absurda?”. El tipo confesó que jamás había escuchado nada de eso, y no necesitó ni levantar la voz ante la ofensa. Para él, mis afirmaciones sobre el estilo de vida de Fidel no eran más que un cuento de hadas. A pesar de mis palabras, el porte y la increíble simpatía del tipo hacia nosotros no cambió para nada.

Continuamos escuchando algunas canciones de guerrilla y cuando le pedimos la cuenta, nos dijo que se conformaba con un dólar. Sorprendida y avergonzada por los perjuicios abocados hacía ese apasionado revolucionario, recibí un abrazo y buenos augurios de futuro. Salimos del garito y, ligeramente ebrios, nos cegó la fuerte luz y el calor de fundición de la tarde en Trinidad. 

Más tarde me acordé del taxista que nos había acercado al pueblo y su discurso opuesto. Había algo común en ambos personajes: la amabilidad y la fe estaban todavía muy presentes en la isla, a pesar de sesenta años de dura lucha.


(Continuará…)


The long hangover: returning from an around the world adventure

I came back four and a half months ago. These four months have felt longer than any of the year that preceded them. The reason is simple: I’m back to routine. I have a flat, I have a job, I have to go and do the weekly shopping every week. I’m happy and I’m lucky, I have everything one would ever want. At least, I think I have what we’re told we want.

Experience, memory, takes me back to other places. Sometimes I’m sitting in my desk at my home office in Lüneburg, Germany, a place which has been quite an adventure by itself, and I would transport myself to certain places. Mostly, I’d like to be teleported to nature. Even in a small and cute town like Lüneburg, one feels the weight of urban living: a constant lack of time; pressure to attend all you social gatherings; a physiological need to do sport after a day of sitting and screen watching; a need to have all house matters under control; the importance to content your closest acquaintances (and other social common places) at every second; and, of course, an obligation to work as much as possible. It’s quite restricting for our human nature.

I understand better than before the struggle. In the past I didn’t know what kind of freedom comes from breaking with this system. It’s difficult to feel a broader sense of personal welfare than the one you get from travelling around the world. I say travelling, you say sailing, reading, writing, volunteering for an NGO, hiking the tallest of mountains, etc. What I mean is that discovering the liberation behind doing what you really want is a unique and inexplicable feeling. Without taking a leap forward, risking a bit of stability, most people won’t know they’re missing that.

Probably you know it’s there, hidden in the subconscious, something is missing. Something could be better. But you’ll never take the leap and discover it. If you do it, you’ll have the greatest of times but then you’ll have to come back and face reality. This is where I am now. It’s Saturday and I have to work, weekends for journalists have always been an utopia. Could be worse, I always reassure myself. The sun is shining, the spring colours are in full bloom in Fehmarn, Germany’s beautiful northern island, a place I feel at home already. I like being here, but I can’t resist transporting myself to Uyuni, Bolivia.

It was my last stop of my around the world adventure, a marvellous and enticing country, unique as most in South America. I remember walking around the deserts next to El Salar, Bolivia’s main tourist attraction, such a vast land of wonder that –even though it’s the most visited point in the country– still makes you feel intimate with nature. I wish I could just appear there for a few minutes, reassure myself, smile at the wondrous sights. I’d love to touch the floor with my hand and feel the crispy salt flats that extend over 12.000 square km, lick my finger and taste the biggest body of salt on earth. Such a powerful feeling.

Maybe then, after a small respite, I would face routine easier. I’m not alone in this situation. I would say everyone around me is facing similar trouble. And we’re all privileged. I might write this just as part of the grieving process, as another entry of my journal of travelling experiences. I realise I didn’t write for quite a while now. Since I got a 40 hours per week gig back it’s been intense, impossible to balance with all my interests in life. I have even given up on my German course to learn the language and be able to communicate appropriately with Freya’s family: realising this failure leaves you beaten up, even though you try.

I don’t write as often, I don’t learn as often, I don’t go outdoor to take pictures anymore. At least I have time to cook, do sport and a few other things I like. The problem is when you end the day exhausted, mentally fried. I mix languages, put a long face, my friends notice it instantly. It’s a pity, but I keep rowing.

* * *

I haven’t been struggling alone. Freya has been in the same position for more months than I have. I see her bad days and she sees mine. We often find ourselves in the kitchen, savouring some of our tasty evening meals, and fantasizing about our next adventure: van trip, a year living abroad, our little coffee shop in a coastal village in Costa Rica… The possibilities are vast, but in the end we know it’s going to be a long road.

I recently met in Hamburg with an old schoolmate from Barcelona. It was reassuring to share so many doubts with him. Although we didn’t see each other for maybe six or seven years, we felt like we knew so much about each other. That’s because we identified the same adventure spirit in each other. He was cycling around the globe while I was trotting around Asia, Europe and South America. We exchanged memories, ideas, stories, and also we both agreed that it’s difficult to see a clear path forward: Where to settle down? What career to follow? How to transform our plans from dreams to realities…

I can imagine everyone who has taken the big step forward to suddenly find similar struggles on their way back to their old realities. Another friend who lived in a paradise island in the Caribbean is now struggling in a tiny apartment in the French Alps. With reason. I understand him, and they understand me. This is, at least, reassuring.


Singapore Travel Guide: night skyline

Singapore travel guide: budget and tips for 2019

Welcome to our new series of budget travel guides, where we will cover countries we have visited recently aiming to share with you the best tips and insight on alternative activities, freebies and other must see attractions you should look for when visiting your desired holidays destinations. In this posts you’ll also be able to find great accommodation deals and look for the cheapest flight fares in your area.

We will start our travel guide series with an exciting regional hub from Southeast Asia. Here’s our Singapore travel guide. We hope you enjoy it as much as we thrived in the city!

COUNTRY OVERVIEW

Everything you see in Singapore has been built over the last 50 years, with few exceptions to the list. The progression of the city-state since its split from Malaysia in 1965 has been astonishing, and one many didn’t expect. The Malayan parted ways with Singapore just two years after merging in 1963, when the Singapore government expected huge benefits from an alliance to form a bigger country in the region.

By that time, in the sixties, Singapore’s downtown was a large field of grass surrounded by brick houses, peasants and a general state of poverty. The agreement between the parts didn’t work out and a lot of political rifes –bloodshed included– led to the split, which at the time had Singapore’s PM in tears. The Malaysian leading party unanimously voted to expel Singapore from the federation.

At that moment, the island was just another kampung –village– of the area that had gained independence from the British Crown in 1959, which had used its prime location to establish a trading port since the 19th century. How a field of grass turned into a modern metropolis, with state of the art skyscrapers and a world leading business environment in less than 50 years is still considered a miracle.

Lee Kuan Yew, prime minister between 1965 and 1990, was the key political figure of the country. Experts claimed that the incredible evolution of Singapore resides in three key elements: unique placement, openness to trade and investment and a small and honest government. Like anywhere, there are relevant drawbacks to the formula: press control, authoritarian rules, harsh judiciary punishments and restrictions on freedom still take place today.

WHAT YOU MUST SEE

When visiting Singapore, you should prepare to explore a wide potpourri of cultures, something you’ll do best when exploring the incredible variety of neighbourhoods the city has: from Chinatown to Little India, further into Marina Bay, Tiong Baru and Kampong Glam –the hipster and muslim quarter, all in one–; every step you take will reveal new contrasts in the huge metropolis. The city has a very efficient metro (MTR) and bus system, so you should use it if you’re in a rush, but be aware that walking here is never boring.

As a melting pot of cultures, there’s nothing you cannot do or try in Singapore. You’ll also find it’s a place full of expats, so the Asian experience is deeply rooted to its inhabitants Western traditions. The result is a merging of Chinese, Malay, Indian and Arabic influences with European and American living standards, which is ideal to get a first taste of all Southeast Asia has to offer. Take in the varied assortment of temples, the commercial avenues, the green spaces and the street art. Even the airport is an attraction to pay attention at: Changi Airport has been one of the best ranked airports in the world for many years.

ALTERNATIVE THINGS TO DO

National Gallery Singapore

Being a tropical destination, pouring rain can be expected without previous notice. Luckily, Singapore has great museums to offer. Our favourite is the National Gallery, which has great and varied exhibitions on the region and its artists. The building is beautiful and deserves a visit by itself, and the rooftop –bar and restaurant included– offers one of the most clear views on Marina Bay and the skyline.

Architecture tour

One thing that you will notice when landing in Singapore is that skyscrapers and contemporary architecture abound. Remember: the city was built in a rush over the last 50 years. This is, then, a great destination to look up and marvel at the concrete and glass wonders. An architecture tour here would be highly recommended.

Pulau Ubin island

Go further than most people and visit the last kampung in the area, Pulau Ubin, a tiny island opposite of Changi Airport. Few tourists flock there, and nature remains vivid for taking a nice bike ride, which you can conveniently rent after leaving the ferry. This is your best chance to explore the old preindustrial Singapore that quickly perished in hands of capitalism.

DO IT FOR FREE

Light shows in Marina Bay

If the setting is spectacular, the result doesn’t fall short. Singapore markets its urban landscape by promoting two free light shows with music at Marina Bay Sands (Spectra) and Gardens by the Bay (Garden Rhapsody). These are a must and won’t scratch your pocket in a place where budget standards are as high, or even higher, than most Western cities.

Gardens by the Bay

One of the most recent and spectacular additions to the city’s appeal, these gardens are a huge example of the merging of modernity and environment that Singapore aims to execute. A green city, the Gardens by the Bay provide for a unique walk or bike ride to escape the big skyscrapers of Downtown, which might engulf you after a few days. Singapore has some of the greater urban green spaces on the globe, and nobody will charge you a cent for properly enjoying them. The supertrees are a sight to behold, especially at dusk and night, when they light up.

East Coast Park

Same as the Gardens by the Bay, this is one of the last corners where you will feel free from the tall urban landscapes of the city. It’s a 15km beach that only sees crowds of locals during the weekends. Another great place to go for a bike ride, which you could combine with the Gardens since the facilities are connected by bike lanes.

BOOKS TO READ

If We Dream Too Long, Goh Poh Seng

Considered by many the first Singaporean novel, published in 1968 by Goh Poh Seng. If We Dream Too Long explains the life and dilemmas of a 18 year old student that tries to follow his aspirations and adhere to the demands of society and family.

Corridor, Alfian Sa’at

12 short stories conform Corridor, a fiction work from the playwright and poet Alfian Sa’at that portrays life as a member of an ethnic minority in Singapore.

Fistful of Colours, Suchen Christine Lim

Fistful of Colours is an exploration of women’s rights during Singapore’s history, and a realistic account of what still prevails in plain sight: patriarchal society largely prevails and strips women of their fair rights. Suchen Christine Lim won the first ever Singapore Literature Prize in 1992.

Balik Kampung series, edited by Verena Tay

Explore the neighbourhoods of Singapore and its diversity through the eyes of different authors that have lived in them for more than 10 years.

FOOD YOU SHOULD TRY

In Singapore you can find really fancy dining options and rooftop cocktail lounges, but a lot of travellers will prefer to keep their pockets safe. For that, the city has a great food court scene in which you can enjoy dishes from all the surrounding regions. In Maxwell Food Center you’ll find Tian Tian Hainanese Chicken Rice, a renowned hawker stall with really long queues that serves the trademark dish of the city; if you mind the wait, just try any stall you find. They’re really tasty and great value. Leave space in your bellies to try the oyster omelettes.

Nearby, in Chinatown, you could also venture to Liao Fan Hong Kong Soya Sauce Chicken Rice & Noodle, the cheapest Michelin star restaurant in the world. When visiting Little India, find a place to enjoy murtabak (savoury stuffed pancakes) and roti prata (dough-flour pancake), ideally in Tekka Center.

Another food court to note down is Telor Ayok Market in Downtown, and you shouldn’t leave the city without tasting one or two laksa dishes (noodle soup), since they’re all different depending on the influences of the cooks at the places you’re eating.

ACCOMODATION

Hostels and budget accomodation abound in Singapore, and there’s actually people living in hostels full time as the rent prices in the country are skyrocketing. Expect nothing fancy but fair prices for a big metropolis: the cheapest prices in Booking.com start at 7€ per night for one person in dorm rooms, which is pretty decent.

We stayed in Rucksack Inn @ Lavender Street, conveniently located close to downtown through bus stations and MTR, although not a short walk to any of the main attractions in the city. Still, one of the best quality/price relations in the whole city, and a reasonable walking distance to Little India and Kampong Glam too.

FLY IN

Singapore is one of the cheapest long-haul flights you can find around, either from Europe or the United States, with best fares rounding the 200-300€ mark. From Australia, you could fly for as little as 80€. Remember that Changi Airport if one of the main Asian hubs, so you’ll find lots of cheap flights to further explore the region in any direction.

United Kingdom  – 246€ (London)
United States – 220€ – 280€ (San Francisco – New York)
Europe – 180€ – 236€ (Berlín – Barcelona)
Australia – 80€ – 107€ (Perth – Sydney)

Hungry for more Singapore travel related stories? Check our RTW blog entry on first connections while backpacking.


Paradise ocean cover photo for top 10 countries to visit in 2019

The other top 10 countries to visit in 2019

So Lonely Planet has already decided which countries you should visit this following year. And their selection is great, it’s not that we don’t love their taste. The problem is: a LP list of the top 10 countries to visit in 2019 is a call to masses, and part of the appeal of travelling, here in Two Decades in the Sun, is to travel to off the beaten path and remote places, to enjoy the purity of untouched territories and marvel through self discovery and exploration.

For all of the reasons cited above, we’ve come up with our own version of the top 10 countries to visit in 2019, a list we’ve ordered according to the number of arrivals in 2018 (top to bottom): South Korea, Sweden, Cambodia, Namibia, Ecuador, Bolivia, Guadeloupe, Papua New Guinea, Liechestein and Tuvalu.

1. South Korea

One of the most surprising and marvelous stops of our around the world adventure last year was a sudden change of plans that flew us from 35ºC Bangkok to 0ºC snowy Seoul, in South Korea. It was a quick week adventure in Special City, a 10 million megapolis of weird lettering, immense skyscrapers, old royal palaces, funny fashionable people and unique food.

Now, you might be thinking it all sounds a lot like Japan. But no, South Korea left us feeling like Lost in Translation but 15 years later. Tokyo, which we visited right after, wasn’t such a surprise anymore. Makes sense, since Japan gets almost 29 million visitors a year, and Korea settles with 13M, which is still quite a lot. What this means? Go for it before it’s too late.

Learn more about South Korea in our photo essay.


2. Sweden

Like all things in life, my visit to Sweden was not predicted and thus, it was extraordinarily good. It was my first camper van exploration, and the sense of adventure was as big as the landscapes surrounding us. We had the hottest summer in the last 40 years, and the weather was bright, warm and sunny. We drove for miles and miles, always finding the embrace of nature everywhere we went to.

Because Sweden is so huge, the 7 million visitors are dispersed throughout the country, and the feeling that remains is that you are on your own with nature. Our visit to Sweden didn’t follow any plan, and that was precisely the best plan. With its vast land and natural wonders, the northern country is best visited with a car or a van, because you can also legally sleep anywhere you want!

Read more about Sweden and its awesome ‘freedom to roam’ principle.


3. Cambodia

I have visited 24 countries on my one way RTW experience, and I’m always asked the same question: which one was the best? I don’t think there’s an individual answer, but since everyone kept asking, I made up my mind: Cambodia is absolutely unique, still remains fairly unknown and untouched (except Angkor Wat, of course) and has a rich history behind.

What I love about Cambodia is that you can get a harsh humanity lesson in Phnom Phen, move on to explore the mountains and pepper plantations with a motorcycle and end up in a paradise island like Koh Rong, where you can unplug from mobile data and WiFi hotspots. To cap it all, the temples of Angkor will make you wonder how. How is this place so beautiful? Join quickly the other 5.6 million visitors before the Chinese tourist industry swallows it all.

Read more about Cambodia in our country overview.


4. Ecuador

Ecuador is a place a lot of backpackers leave out the route map. The belief is that it’s not good enough when you compare it to its surrounding neighbours: Perú, Colombia, Brazil. Sure, those are big names, but Ecuador has an advantage with all of them: it’s tiny compared to them, so you can go from the jungle to the beach in less than 12h. In the other countries it’d take you days…

In Ecuador you find all the amazing features of its south american rivals: indigenous comunities, handicrafts, pristine beaches, surfing, rainforest, adventure sports, excellent coffee and chocolate plantations, colonial cities, lush jungle and the mighty Amazonas. With 1.6 million visitors, these hotspots are never crowded. If this is not enough, the wonderful Galápagos Islands are awaiting for those who can afford it. It’s worth the money splash, everyone says.

Read more about Ecuador’s mainland in here.


5. Namibia

Here’s a country I haven’t visited but calls me for numerous reasons. I have two references of the African territory from TV: Kepa Acero’s surfing adventure in the place and a Grand Tour episode that showed stunning landscapes I’ve never seen before. With 1.5 million visitors per year, Namibia promises deserts, safaris*, waves, sea lions and stunning sunsets.

As an individual who has only been introduced to Africa through Morocco, I have the feeling that a visit to Namibia is a great gateway to the continent, since its a country adjacent to South Africa, one of the most developed nations in the area. Namibia is, too, one of the safest places in Africa and another thing I love: it’s best visited through a 4×4 rental. Road trip anyone?

Read more about Namibia’s best attractions here.


6. Bolivia

Oh, Bolivia. My last stop of the around the world experience, a country of pure experience and another one that’s overlooked by too many travellers in the region (1.1M visitors). Let me begin with Salar de Uyuni, a place so unique and remote (despite having other tourist tours around all day) that made me feel a tiny piece of the universe. Navigating through the salt flats and deserts of the area for three days is in the Top 5 of my whole adventure.

And then there’s much more to it: the highest navigable lake in the world, lake Titicaca; the highest metropolis of the world, La Paz; a huge indigenous community, with 70% of the country being native; stunning mountain peaks over 6.000m; pure silver mines; the Amazonas and La Pampa… Before arriving, I had the feeling Bolivia would be my favourite spot in my South American four month advenutre, and my gut was right.

Read more about Bolivia in this 4-week itinerary.


7. Guadeloupe (France)

If you wake up tomorrow and decide to go somewhere, you’ll probably won’t think about Guadeloupe, a tiny tropical island in the Caribbean sea. Maybe you’ll think of Cuba, Puerto Rico, the Bahamas, yet these places are missing a clear advantage: they’re not Europe. Guadeloupe is officially a French province, so you can catch a plane in Paris and land without your passport being double-checked. Only 650.000 visitors stop by, nothing close to the 4M they get in islands cited before.

It has all the beauties of any Caribbean island: crystal clear waters, lush nature, volcanoes and weird animals. It has also Carrefours, good cheese and a good wine culture, and that’s because it’s just another region of France. Because it’s Europe and because it’s France, you can easily connect from Paris to the island for little money. I payed a 400€ return ticket just before summer, and what a place!

Read about the Caribbean coast struggles in our report


8. Papua New Guinea

I have a vague idea of what Papua might be like, but it’s just a country that sounds so nice and compelling. By name, you think of paradise in a far away place. Look it up in Google and it kind of is. Look it up again and, well, it’s really remote and difficult to get to. This is not a place for the faint-hearted, it’s a place to really go off the beaten path.

There are street gangs, venomous snakes, landslides, corruption… a lot of modern-day biblical plagues that affect the country in unfortunate ways. The rewards are, though, quite special: unique tribes, surfing paradise, local markets, huge hospitality, crazy birds, second World War cementeries; mountain, archipelagos and fjords all in one place. It sounds so different and so far away that I can’t really resist. There’s a reason only 150.000 foreigners visit this country in Oceania.

Read about how to make your PNG travel happen.


9. Liechenstein

There’s many curious things to notice once you visit this European country. The first one is that you’re visiting one of the smallest yet richer nations in the world. The second one is that you’re in an absolute fairy-tale place, deeply encapsulated between the mighty Alps and the bordering nations of Switzerland and Austria. The nature in this place is the best European mountain range can offer.

Going to specifics, Liechenstein is a country for outdoors lovers and road trip enthusiats (you can only get there by car). It’s a country to breathe in the mountain air and marvel at stunning castles perching on cliffs, skiing at the wonderful resorts, water your feet in the cold waters of the Rihne and enjoying some culture and architecture in its towns. It’s a tiny Euro-adventure, good for a few days unplugging from reality.

Learn more about this rarely visited country (69k visitors in ’18)


10. Tuvalu

Tuvalu is here because it’s officially the less visited country of the world with only 2.500 visitors in 2018. There’s nothing more exciting than to get there now and feel so far away. Two hours away from Fiji, the closest land by air, Tuvalu consists of nine tiny islands, six of which are actually coral atolls. The airstrip is so small that it has no fences and its a two minute walk from the beach.

In a country so small and so off the beaten path, there’s not even need for travel guides. Just go around and ask. You can visit the biggest island with motorbike, everyone speaks English and there are a dozen of guest-houses to stay. There’s no need for recommending local food, since that’s all you get. Pristine waters, coral reefs, marine reserves and the opportunity to visit a land that might dissappear soon due to rising sea levels.

Read the perspective of one of the few visitors to this country


So this is our alternative list to the big travel companies, magazines, blogs and websites, a list formulated mainly through personal experience and a slight touch of to-dos for us. There’s no single top 10 countries to visit in 2019 post out there that will perfectly align with your preferences, but we hope we have inspired you to discover a new place soon.

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*When going on a safari, please mind the environmental and ethical policies of the companies you book with. Thanks.


The statue of Juan Maspalomas and the invisible heroes

The world is full of rocky homages to bankers, politicians, lawyers, soccer players, priests and other public figures. In 451 days of travelling I’ve encountered an immense amount of statues that commemorate these (predefined) heroes of our society. After recently spending four months in South America, I have seen more than fifty versions of Simón Bolivar, the liberator of the continent in the nineteenth century.

Although I’ve seen plenty of Bolivar and other equivalent figures around the world, there is a statue that has petrified in my mind. This is the statue of Juan Maspalomas, whom you probably know nothing about. This sculpture stayed in my mind given its unfortunate exceptionality, its almost unique representation of a gigantic issue. Juan Maspalomas was a working-class man, a neighbour of one of Bogotá’s poorest neighbourhoods, encapsulated in the southern hills of the city’s adjacent mountains, an illegal and constantly developed puddle of brick houses.

* * *

Juan Maspalomas was just another number lost in the ten million metropolis until one day he decided to help a woman in the supermarket next to his house. It was late in the evening, and the store was practically empty. He was filling the basket with the weekly groceries, pasta here, tomato sauce there… he crossed the stands and made a turn towards the dairy stand in the corner. He saw two men and a woman, he also quickly perceived the fear in her face. One man was strongly grabbing her by the arms, she was trying to kick the other one, who was covering her mouth and telling her why she didn’t like some manly appreciation, mamasita. While the second man was slowly stroking the woman’s side, towards her bottom, he shouted at them.

The two men didn’t react, they ignored his presence. He stood still, saw how the man was now touching the woman’s ass. He stirred at the sight of the abuse. He left his basket on the floor and hurried towards the men. Now, the aggressor payed attention. He turned, rage in his face, and barked at him.

– Porque te metes donde no te llaman maricón?

– Deje a la señorita en paz, por favor.

The man moved very fast, and he suddenly felt a train running over his head. The punch landed like if he was teleported to the middle of the ring against Rodrigo Valdéz. He was in the floor still dazed, so he could only hear the rushed steps, the shouting and an aggressive voice in the background.

–… ¡perra te vas a enterar como te vuelva a encontrar por la calle, ¡coya! ¡Buscona de mierda!

– Y tu hijueputa, ¿te gusta ayudar a estas bandidas? ¡Vas a ver ahora pendejo!

The first kick he felt, the pain instantly travelling from his head to his stomach. He coughed blood, breathless and confused. The aggressor didn’t stop there, his eyes out of orbit and filled with rage. The other man was standing with a hand in his face, feeling the strong slap that the escaping victim gave him in the previous moment of confusion. He spoke the last words Juan could understand.

– Para huevón, lo vas a matar. ¡Lo vas a matar culiao!

– ¿Y ahora qué, quieres ser el héroe todavía, eh? 

The two men left running, observing that the cashier was not standing at the entrance desk, leaving Juan’s body on the floor and having only taken on their way out a bag of chips, a beer six-pack and a human life. The policed filled the report after talking to the terrified young woman who was found sobbing under the desk, too afraid of doing anything when she realized what was going on in her store. After a vague investigation, with no promising leads, the case was filed as another unresolved murder in the city of Bogotá. 

As things were, Juan would remain as another statistic, hidden in the 26.8 murder rate (out of every 100.000) that Usme had in 2017. Juan, 42, left no family and no memory.

* * *

* * *

If Juan became an exception between representations of Simón Bolivar and other Colombian national heroes was because the victim survived and started a campaign to remember his anonymous saviour. In a country where women are still hugely relegated under the rule of men, Mariela slowly moved the neighbours in order to present a popular motion in the city hall. First she talked to her female friends in the ten storey building where she lived, then to the parents of the school where her two daughters studied. Patiently, after a couple of months of receiving rather timid supports and threats from certain empty-heads, she gathered 2.500 signatures that backed her unique idea.

Followed by a group of less than 25 neighbours, Mariela stood up in a chair and, shouting with conviction and dignity, read her motion to the curious listeners that were passing by that morning in Parque Principal de Usme, next to the local town hall where she would later deposit the document. Here’s what Mariela shared with her fellow citizens:

Estimado señor alcalde,

Last year, in November, I became another victim of sexual abuse in the supermarket of calle 117b sur, just around the corner of my house. Two men decided that instead of buying their groceries they preferred to molest a defenceless woman. Nothing special, nothing new in our city nor in the times we’re living. They violently grabbed my arms, covered my mouth and proceeded to touch my body. You probably read about the case if you follow the local newspaper – something you probably do, for the sake of our barrio.

If my case is known is because a fellow citizen of ours came to my rescue. Juan Maspalomas stood up against the assaulters and told them to leave me be. As a result, he was brutally murdered and I, in the seconds of confusion, was able to escape the abuser’s grasp and run for my life and integrity.

When I read the news the next day, I realised what had happened back in the store, how that man had saved my life by giving his. I called the police, tried to give an accurate description of the facts, but in the end there was nothing they could do to identify those criminals. I was consumed in anger, tears and helplessness.

I could talk about the million problems that caused an incident like this, but after a month of mulling over the problem, I came with a different solution, a solution I want to present to you now.

I’m not a travelled person, I’ve barely visited more than three cities in our own country. I, as any other neighbour of Bogotá, I’ve been several times to the downtown area. Walking there after the incident, I realised something that had been there in plain sight all the time. If our nation was built and inspired by all those heroes we have standing tall in the middle of our plazas, immortalised in marble and stone for the rest of us to observe and venerate, why have I never seen a woman up in those places?

Let’s even forget about the underrepresentation of women for a moment. Why have I never seen a anonymous hero in those places? Why doesn’t Juan deserve to be there and project his tremendous values to our present and future society? Wouldn’t it be a nice message to send to immortalise the memory of an ordinary man who fought for women’s rights, saw us as equal people and gave his life to save another one?

If my daughters and the kids at their school come to this humble square and see the statue of Juan, learn about his story when reading the statue’s plaque, wouldn’t that send the right message for our future generations?

I don’t understand the point of having so many homages to our founding fathers, politicians and religious figures. It seems that we forgot that the success of us people, of humanity, resides in the smallest acts of any given individual.

I believe we have the responsibility to make a change. Juan saved my life and defended me and, in a broader sense, the rights we have as women. I don’t want to see another statue of Simón Bolívar if I don’t see first a statue risen here, in this modest neighbourhood, paying homage to our great Juan Maspalomas.

Muchas gracias por su tiempo y consideración,

Mariela Fernández

I’ve always thought: ‘Yes, I play basketball, but, what does this contribute to the world?’ The idea is to make this a better place, leave a legacy… People told me ‘you have done so many things in your career’, and I thought ‘but I only score basketballs’. I don’t build houses, don’t bake bread, don’t cure people… I play basketball and on top of that, women’s basketball. If I were at least Pau Gasol and had a global impact…

Laia Palau, Spanish international basketball player.

When I envisioned the statue of Juan Maspalomas I was reading an interview with Laia Palau, a veteran basketball player from Spain. I also had recently known about a case of sexual abuse in my hometown which affected someone I really care for. Being in Colombia, I felt far and unable to help, hurt by how these things happen on a daily basis and in every corner of the planet.

Maybe I was in front of a statue, I’m not sure, but this chain of events brought the figure of this sculpture to my mind, a way to express what I felt about this unfortunate situation. I asked myself, why so many political statues? Why so many Hail Marys to military, religious and sports people? What are these people really teaching us about life and values? I also looked at some astonishing numbers that speak from themselves: there are at least 170 statues of men in Barcelona, only 14 of women. The same happens in a bigger scale: in the UK there are only 158 statues of women out of 925; in the United States, only 394 out of 5.193.

I thought that having statues that represented and guarded the deeds of great women –clearly underrepresented in numbers–, social and human rights activist, feminists, homosexual and other minority collectives, would be a good idea to send a message to future generations. This is why I imagined Juan Maspalomas, a fiction character that I’m sure exists. As far as I know, no one has represented a man who fought for equality like this. Even worse, I’m not very confident in finding a female example either.

We should all be more concerned about sexual abuse and discrimination, and I believe we could improve things by starting to represent its standard bearers. Be it a statue or a park, a street name or a simple plaque, we should start giving voice to the memory of our contemporary heroes.